El sábado estaba ilusionada, no le importaba madrugar sabiendo que después de correr le darían la bolsa del corredor; pero el domingo a las 8 de la mañana era otra cosa, no quería salir de la cama, así que después del trajín de toda la semana no insistí mucho y yo también me fui a la cama. Cual fue mi sorpresa cuando al rato aparece en la habitación diciendo que quiere ir a correr, me puse contento y como una bala preparé el desayuno que nos daría las fuerzas para acabar con los 6,5 km.
Ya allí alucinaba con todo, con el bullicio de la gente, unos calentando, otros saludándose, otros haciendo cola para hacer pipí, otros como nosotros en la cola de los camiones para depositar la ropa.
Rápidamente nos pusimos en la salida a esperar. El primer kilómetro lo corrió bien, un poco fuerte pienso yo, y a partir de aquí lo hizo corriendo y a ratos andando. En el kilómetro tres, su moral se fue un poco a pique al ver que todavía iba por la mitad de la carrera, pero fue peor como la gente hacia trampa y acortaban el camino, ella insistió para que hiciéramos lo mismo, pero la convencí. Desde el kilómetro 4 y medio fue todo el rato corriendo.
Su sonrisa al llegar a meta fue mi mejor premio, no importa la marca que hizo, solo importa que no olvide está lección ( si se quiere, se logra).
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